miércoles, 8 de agosto de 2007

INTRODUCCIÓN

"Catequesis" es una palabra de origen griego: quiere decir "enseñar". Desde los inicios del Cristianismo se llamó "catequesis" a ese conjunto de esfuerzos que la Iglesia realiza para enseñar a los hombres a seguir a Jesucristo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.4). Así, en este sentido amplio, entendemos aquí la Catequesis, que desa­rrollaremos en cuatro capítulos: Oración, Participación en la Eucaristía, Sacramento de la Penitencia y Doctrina Cristiana.

Oración. Muchos siglos estuvo pidiendo el Pueblo de Dios la llegada del Mesías, y cuando vino el Salvador, nos enseñó a tratar a Dios como Padre.

Penitencia. Sabemos por el Evangelio que, unos meses antes de que el Señor naciera en Belén, un ángel confía a San José la custodia de aquel Niño, y le hace este encargo: le pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pue­blo de los pecados. Y cuando nuestro Salvador tiene ya treinta años, empieza su vida pública diciendo a las gentes: arrepentíos de vuestros pecados, porque está cerca el reino de Dios. Pasa por este mundo perdonando a los pecado­res; y después de volver al Cielo, continúa reconciliándonos con El mediante el Sacramento de la Penitencia .

Eucaristía y Doctrina. A los diez días de la Ascensión, el Espíritu Santo desciende sobre la Virgen María y los Apóstoles; y la semilla cristiana empieza a dar frutos de santidad en muchas per­sonas. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla ya de esos primeros cristianos, que perse­veraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración.

Desde aquella primitiva comunidad cristiana, hasta nuestros días, los discípulos de Jesús han seguido estos mismos pasos: Oración, Penitencia, Eucaristía y Doctrina; y para ayudarte a darlos, tienes en tus manos esta Catequesis. ¡Qué gran fortuna la tuya por ser cristiano, por ser cristiana! A lo largo de toda tu existencia, nuestro Señor, que vive de continuo junto a ti, no deja de ense­ñarte, y te hace partícipe de su propia vida divi­na.

Ya desde la infancia, te enseña oraciones, para que eleves el alma a tu Padre del Cielo. Se vale de los labios de tu madre, y después, de otras personas, en la parroquia, en las reuniones de jóvenes, en el colegio. Pero detrás de ellas, está siempre Jesús, tu Maestro.

Por medio de sus Sacerdotes, Jesucristo te perdona los pecados en el Sacramento de la Penitencia, y te alimenta con la Eucaristía, para que acabes identificándote con Él: Cristo en ti, y

tú en Cristo. ¡Divinizarte! ¿Puedes soñar algo más grande?

El Señor se sirve asimismo de tus padres y educadores para enseñarte la Doctrina Cristiana; y te ayuda a aprenderla de memoria. ¿Para qué memorizar? Responde el Papa: Hay que ser rea­listas. En el desierto de una catequesis sin memoria no brotan las flores de la fe y de la piedad (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, 16-X-1979, n. 55). Al repetir y retener las preguntas y respuestas, quedan gra­badas en tu mente y en tu corazón los rasgos inconfundibles del rostro amabilísimo de Dios.

El término griego "catequesis" significa tam­bién "resonar". Es lo que pretendemos aquí: que, con la intercesión de Nuestra Señora, que es Asiento de la Sabiduría, resuenen en tus oídos tantas maravillosas enseñanzas del Maestro; y que resuenen mientras estás en casa, y en los otros lugares de tu formación juvenil, y también des­pués y siempre.

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